No habían pasado
dos segundos para darme cuenta
de que me gustaba. El tiempo
se detuvo por instantes cada vez que ella trataba
de explicarme los pormenores y las condiciones en las cuales
tomaría en arriendo la habitación, la mire de arriba abajo empezando
por la punta de sus zapatos
y terminado en
sus labios, rojos como
una pareja de isabelitas. Lo último
que recuerdo fue haber dicho
un categórico -Sí,
acepto el precio-.
Cuatrocientos cincuenta soles por un
pequeño cuarto, con una ventana frontal que recibía los rayos del sol al
ocultarse en el oeste, seguido de una hermosa serenata
natural acompañada del vaivén de los eucaliptos y de la brisa
propia de una ciudad costera. La
primera semana fue casi imposible
volver a verla, y aunque el día y el tiempo parecía haber tenido un
enorme recorte, producto de las extenuantes jornadas
académicas, siempre tenía
un espacio para pensar
en ella. Quería saber,
como era, que le gustaba, si era
soltera o era una mujer felizmente casada,
para mi desgracia.
El mes de pago se
había convertido en mi
ocasión predilecta. Siempre organizaba
la cantidad perfecta de dinero y en la menor denominación para poder ganar más tiempo
al contarlo junto a ella.
Yo le decía que la
cantidad de monedas que me entregaban
como cambio en mis
compras era siempre un problema para mí
y ella solo asentía
y sonreía, como si
supiera lo que yo buscaba. Yo
lo sabía pero jamás habría
podido imaginarme lo
que finalmente pasaría.
Tampoco lo había pensado, cada
vez sentía que una clase a la semana ya no
era suficiente para
tener los resultado
esperados, después de dos clases
por semana el
vaso seguía igualmente medio lleno,
pero lo más interesante es que
sentía que ambos lo
queríamos, ella no ponía
objeción alguna cuando le pedía
que aumentáramos los días de
ejercicio pero no el
precio. Cada sesión de yoga se había
convertido en una sesión espiritual, donde
no solo sanábamos el
cuerpo sino el
alma. En ocasiones ella me
confesaba sus más íntimos secretos y yo le confesaba los míos, pedíamos
ayuda el uno al otro
sin darnos cuenta y nos preocupábamos por
nuestros problemas.
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